2014

 Tradicionalmente recurrimos al pino o abeto como uno de los símbolos festivos de estas fechas.

 

En esta oportunidad, te propongo algo distinto: vistamos una palmera.

 

Este vegetal nos trae la imagen de un clima cálido, un ambiente distendido, adornando una playa serena y de aguas transparentes.

 

Pero la palmera también tiene una característica particular, que es la capacidad para acompañar la fuerza del viento, aún de los más fuertes vientos huracanados. Esta flexibilidad en su tronco hace que la palmera, a diferencia de otros árboles, no se parta, no muera.

 

Esa flexibilidad es la base de nuestra resilencia frente a las dificultades.

 

Y qué mejor que decorar nuestro “árbol de Fiestas”, ponerlo bonito, alegre, y brindar por esa flexibilidad, esa resilencia que nos da la posibilidad de capitalizar lo aprendido de las dificultades, de mantenernos en pie a pesar de las tormentas.

 

Por un 2014 con más luz, paz, prosperidad en todos sus niveles, y…. más palmeras en el jardín de esta vida.

Eugenia Ruiz Millet

 

 

 

          Septiembre 2011

 Aprender de los Grandes

 

En el mes del maestro, los invito a pensar acerca de enseñanzas y aprendizajes.

 

Nos encontramos en un contexto en el que corremos contra el tiempo, o mejor dicho, queremos ganarle al tiempo, en el que lo que hoy es novedad, en 24 hs es antigüedad. Donde, por otro lado, queremos detener el tiempo, haciendo tremendos esfuerzos por quitarle años a nuestro cuerpo.

 

Resulta difícil en este entorno, encontrar un punto equilibrado y detenernos a escuchar y a valorar el aporte de quienes caminaron una y mil veces por los caminos que los más jóvenes recién inician.

 

En la era de lo digital, parece como si la vida la viviéramos “escaneada”. Y corremos el riesgo de ver el mundo a través de un gran televisor, ya sea la pantalla del celular, del i Pad, del tablet, del monitor, y de tantas otras herramientas que nos permiten ver lo que antes no veíamos, o de una forma diferente a la que antes veíamos.

 

Antes los médicos diagnosticaban por lo que tocaban del paciente, por lo que concretamente podían oler de su paciente, o escuchar de él. Y, por sobre todo, por lo que podían ver cuando lo tenían delante suyo, sentadito en la camilla, dispuesto a ser mirado, literal y profundamente mirado.

 

Los médicos de las máquinas, me refiero a los mecánicos, los ingenieros, escuchaban los motores, olían el humo y los gases quemados en la combustión, hasta podían sentir la vibración de un motor en marcha, sentir su ritmo, su compás.

 

Y así, todos ellos, desarrollaban su “ojo clínico”.

 

Hemos creado máquinas de altísima tecnología, herramientas muy poderosas que nos ayudan a ver lo que nuestros ojos no ven. Y gracias a ellas accedemos a lugares, diagnósticos, ideas, conclusiones, con una rapidez y una facilidad asombrosas.

 

Pero no dejemos de lado nuestra esencia, nuestro olfato, nuestro oído, nuestros ojos, nuestros sentidos más poderosos. Y lo que ninguna máquina puede superar, nuestra inteligencia, nuestra mente increíble.

 

Y quienes más han desarrollado este poder de ver, en su estado más puro, son nuestros Grandes compañeros de camino, los Seniors (como decimos en el lenguaje de las empresas), quienes se han formado y han crecido sin tanta ayuda de la tecnología, pero se han valido de su gran herramienta, la propia mente y sus sentidos.

 

Tenemos mucho que aprender de ellos, porque caminaron un sendero mucho más pedregoso que el que caminamos ahora. Hasta lo más sencillo y cotidiano implicaba un real esfuerzo para ellos. Y no pasaron tantos años de ese entonces, pero sí muchas cosas.

 

Busquemos una persona Grande, Senior, Experimentada, o como cada empresa le quiera llamar. Preguntémosle cómo hacían su trabajo, cómo lo hacen, cómo lo harían. Seguramente tienen algo para aportarnos. Rescatemos la esencia, el valor de lo que podemos hacer más allá de la tecnología. Ellos tienen una mirada del trabajo muy distinta a las de estas últimas generaciones X, Y, Z, y las que vendrán.

 

Ellos saben del sentido del compromiso, del sacrificio, de buscar el camino mejor, aunque sea el que lleve más tiempo, saben que las mejores respuestas no siempre vienen pronto, pero si se les da el tiempo de horno necesario, vienen, y en el momento justo. Ellos cultivaban más la paciencia. Será que había que esperar para todo…

 

Está bueno tener todo al alcance de la yema de los dedos (dado que en esta era táctil es más útil la yema que la mano en sí), pero no perdamos la esencia que nos diferencia de lo mecánico, o electrónico, para emplear un término más actual.

 

¡Practiquemos el Abuelazgo en la empresa! sentémonos con los Grandes a que nos cuenten un cuento, uno que nos ayude a encontrar una manera más integrada entre lo humano y lo tecnológico. Que nos enseñen de la vida, del valor de la palabra, más allá del peso de la firma digital, del “buen día!” acompañado de una mano en el hombro, antes de hablar de lo urgente de la jornada; de las ganas de trabajar y de vivir, en lugar de traducirlo en “resultados a obtener”.

 

Desde Recursos Humanos, aunque no es excluyente de este área, resulta un lindo desafío integrar las diferencias, facilitar la transmisión de conocimientos, tanto los técnicos, los de gestión, como los de vida. Y qué mejor que aprender de los Grandes.

 

Busquemos Abuelos en la empresa, y pidámosle un cuento, un cuento de vida.

 

Eugenia Ruiz Millet

 

 

          Marzo 2011

 MARZO, mes significativo para mi, principalmente porque nací en un mes de marzo. También, y durante muchos años, los marzos significaron inicios de ciclos lectivos, cada uno cualitativamente diferente e integrador respecto del anterior.

Y hoy, significa una nueva apertura, la de este canal de comunicación contigo, que me estás leyendo en este momento.

 

Brindo por ello, y te invito a recorrer este Espacio de Reflexión que inauguro formalmente hoy.

 

Elegí un fragmento que generó en mí muchas preguntas y reflexiones acerca de la importancia y el valor del trabajo de cada uno de nosotros desde nuestra función laboral. Por eso quiero compartirlo con vos.

 

“Carlos era piloto de un avión comercial. Después de muchos viajes a ultramar, su avión fue derribado en una tormenta eléctrica sin precedentes.

Carlos se lanzó en paracaídas y salvó su vida “milagrosamente”. A su regreso a su país, daba conferencias relatando su odisea, y lo que aprendió de dicha experiencia.

Un día estaba en un restaurante y un hombre lo saludó. Le dijo "Hola, usted es Carlos, era piloto y su avión fue derribado por una tormenta, ¿es así?"

"Y usted, ¿cómo sabe eso?", le preguntó Carlos.

"Porque yo doblaba su paracaídas. Parece que le funcionó bien, ¿verdad?"

Carlos casi se ahogó de sorpresa, y con mucha gratitud le respondió.

"Claro que funcionó, si no hubiera funcionado, hoy yo no estaría aquí."

Estando solo, Carlos no pudo dormir esa noche, meditando. Se preguntaba cuántas veces habría visto en el hangar a ese hombre, y nunca se había detenido a valorar la importancia de su trabajo.

Pensó también en las horas que ese señor pasó en las entrañas del hangar enrollando los hilos de seda de cada paracaídas, teniendo en sus manos la vida de alguien que no conocía.

Ahora, Carlos comienza sus conferencias preguntándole a su audiencia:

“¿Quién dobló hoy tu paracaídas?".

 

Todos tenemos a alguien cuyo trabajo es importante para que nosotros podamos crecer, desarrollarnos, incluso salir adelante en momentos particularmente difíciles. Necesitamos muchos paracaídas en el día: uno físico, uno emocional, uno mental y hasta uno espiritual.

 

A veces, en los desafíos que la vida nos lanza a diario, perdemos de vista el valor de cada trabajo, de cada acción, y de identificar y agradecer a las personas que nos preparan el paracaídas, a veces, solo porque es su trabajo hacerlo.

 

Por lo tanto, y si estás leyendo esto, seguramente has armado algún tipo de paracaídas para mí en algún momento. Por eso, gracias por ser parte de mi camino, y por hacer posible que hoy esté aquí.

 

Eugenia Ruiz Millet

 

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