Aprender
de los Grandes
En el mes del maestro, los invito a pensar acerca de
enseñanzas y aprendizajes.
Nos encontramos en un contexto en el que corremos
contra el tiempo, o mejor dicho, queremos ganarle al tiempo, en el que lo
que hoy es novedad, en 24 hs es antigüedad. Donde, por otro lado, queremos
detener el tiempo, haciendo tremendos esfuerzos por quitarle años a nuestro
cuerpo.
Resulta difícil en este entorno, encontrar un punto
equilibrado y detenernos a escuchar y a valorar el aporte de quienes
caminaron una y mil veces por los caminos que los más jóvenes recién
inician.
En la era de lo digital, parece como si la vida la
viviéramos “escaneada”. Y corremos el riesgo de ver el mundo a través de un
gran televisor, ya sea la pantalla del celular, del
i Pad, del tablet, del
monitor, y de tantas otras herramientas que nos permiten ver lo que antes
no veíamos, o de una forma diferente a la que antes veíamos.
Antes los médicos diagnosticaban por lo que tocaban
del paciente, por lo que concretamente podían oler de su paciente, o
escuchar de él. Y, por sobre todo, por lo que podían ver cuando lo tenían
delante suyo, sentadito en la camilla, dispuesto a ser mirado, literal y profundamente
mirado.
Los médicos de las máquinas, me refiero a los
mecánicos, los ingenieros, escuchaban los motores, olían el humo y los
gases quemados en la combustión, hasta podían sentir la vibración de un
motor en marcha, sentir su ritmo, su compás.
Y así, todos ellos, desarrollaban su “ojo clínico”.
Hemos creado máquinas de altísima tecnología,
herramientas muy poderosas que nos ayudan a ver lo que nuestros ojos no
ven. Y gracias a ellas accedemos a lugares, diagnósticos, ideas,
conclusiones, con una rapidez y una facilidad asombrosas.
Pero no dejemos de lado nuestra esencia, nuestro
olfato, nuestro oído, nuestros ojos, nuestros sentidos más poderosos. Y lo
que ninguna máquina puede superar, nuestra inteligencia, nuestra mente
increíble.
Y quienes más han desarrollado este poder de ver, en
su estado más puro, son nuestros Grandes compañeros de camino, los Seniors (como decimos en el lenguaje de las empresas),
quienes se han formado y han crecido sin tanta ayuda de la tecnología, pero
se han valido de su gran herramienta, la propia mente y sus sentidos.
Tenemos mucho que aprender de ellos, porque
caminaron un sendero mucho más pedregoso que el que caminamos ahora. Hasta
lo más sencillo y cotidiano implicaba un real esfuerzo para ellos. Y no
pasaron tantos años de ese entonces, pero sí muchas cosas.
Busquemos una persona Grande, Senior, Experimentada,
o como cada empresa le quiera llamar. Preguntémosle cómo hacían su trabajo,
cómo lo hacen, cómo lo harían. Seguramente tienen algo para aportarnos.
Rescatemos la esencia, el valor de lo que podemos hacer más allá de la
tecnología. Ellos tienen una mirada del trabajo muy distinta a las de estas
últimas generaciones X, Y, Z, y las que vendrán.
Ellos saben del sentido del compromiso, del
sacrificio, de buscar el camino mejor, aunque sea el que lleve más tiempo,
saben que las mejores respuestas no siempre vienen pronto, pero si se les
da el tiempo de horno necesario, vienen, y en el momento justo. Ellos
cultivaban más la paciencia. Será que había que esperar para todo…
Está bueno tener todo al alcance de la yema de los
dedos (dado que en esta era táctil es más útil la yema que la mano en sí),
pero no perdamos la esencia que nos diferencia de lo mecánico, o
electrónico, para emplear un término más actual.
¡Practiquemos el Abuelazgo
en la empresa! sentémonos con los Grandes a que nos cuenten un cuento, uno
que nos ayude a encontrar una manera más integrada entre lo humano y lo
tecnológico. Que nos enseñen de la vida, del valor de la palabra, más allá
del peso de la firma digital, del “buen día!”
acompañado de una mano en el hombro, antes de hablar de lo urgente de la
jornada; de las ganas de trabajar y de vivir, en lugar de traducirlo en
“resultados a obtener”.
Desde Recursos Humanos, aunque no es excluyente de
este área, resulta un lindo desafío integrar las diferencias, facilitar la
transmisión de conocimientos, tanto los técnicos, los de gestión, como los
de vida. Y qué mejor que aprender de los Grandes.
Busquemos Abuelos en la empresa, y pidámosle un
cuento, un cuento de vida.
Eugenia Ruiz Millet
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